Autor: Amarily Lopez
Cuando éramos pequeños mi papá nos llevaba a pasar las navidades para la
casa de mi abuela, en un pueblito llamado Macapo, ahí compartíamos con los
primos, tíos, tías, era un ambiente muy familiar, claro era uno de los momentos
que podíamos ver a la familia López Ojeda reunida, nosotros los niños, que veníamos de la
Capital nos gustaba ir al rio a bañarnos y compartir con nuestros primos que
teníamos tiempo sin saber de ellos. Luego de esas fiestas navideñas y de fin de
año, tocaba el momento de partir. Mi papá comenzaba a prepararse temprano para
no salir tan tarde. Era un momento muy triste pues, no queríamos marcharnos.
Como primos nos prometíamos que nos volveríamos a ver, para las vacaciones de
Carnavales o Semana Santa. Lo mágico comenzaba cuando mi papá, luego de llegar
al sitio donde debíamos tomar el autobús, nos sentaba en un muro de los que
bordean la carretera a esperar el autobús que bien venia de san Carlos ó
Acarigua, para ir a Valencia, nos decía que él, hacia magia, eso nos llenaba de
curiosidad, los ojos se nos abrían, y esa tristeza con que llegamos a ese sitio
se nos iba, pues al decir eso, pasaba su mano por un montón de plantas que
tenía unas hojitas finitas y estas se dormían, eso nos hacía ver a mi papá como algo
grandioso y poderoso por lo que había hecho, con esa magia nos íbamos rumbo a
la Caracas, pensando que mi papá era todo un mago por lo que había hecho y
nosotros hasta nos quedábamos dormidos, soñando con esa magia. Con el tiempo
supe que ese monte se llama la Dormidera (ringui-ringui, como le dicen en el
llano) sus hojas son sensibles al tacto que si las tocas, estas se cierran, no
era tal magia, pero mi papá nos lo hacía ver así, tal vez servía hasta para él
mismo, quitarse la melancolía que producía venirse de Macapo, su pueblo natal.
Asi era mi papá.
Entre
las anécdotas que tengo cuando pequeña, está la de hermano el “Negro”.
Una mañana, mi papá tomo a
mis hermanos y los sentó en el porche de la casa para darle unas clases de
beisbol, para ese entonces nos estaba inculcando su pasión por el beisbol,
luego de unas charlas, sobre las reglas del mismo y para que la explicación
fuese más convincente, organizó un campo de beisbol en la sala de la casa.
El home era la entrada de
la habitación principal, -el cuarto grande como le decimos-, la primera base
era el sitio que ocupaba el televisor, la Segunda Base era entrada al comedor y
la Tercera Base era la entrada de la habitación de mi hermano -el cuarto de
arriba-, y el montículo era el centro de la sala, a cada uno los ubicó para que
cubriesen las bases, a mi hermano Carlos lo puso a pichar y al negrito a cubrir
tercera, mi mamá y yo éramos el público asistente, mi papá con un bate de plástico
estaba al turno, Carlos, le tira una recta a mi papa y esté le da por tercera,
el cual estaba cubierta por el Negrito y mi papá se espanta a correr a primera,
la cual se hace quieto en primera, de repente el negrito, comienza analizar la
teoría dada por mi padre, con un gesto en la cara de muy serio y demostrando
una seguridad, grita -¡Out por regla!-, el cual se formó una sampablera, gritos
iban y venían, entre la confusión se escuchó, –¿pero, como es eso?
-¡Mi papa corrió hasta
primera y fue quieto!, es cuando el negrito, responde a todo pulmón.
-¡Mi papá corrió con el bate!- y lo señala con
el dedo índice como si fuera un árbitro, todos volteamos a ver a mi papá, y
vimos como giraba su cabeza muy lentamente a hacia su derecha y miraba como él
mismo empuñaba el bate como si fuese a batear en primera. El había corrido con
el bate en la mano desde home a mi primera base. Esto fue de risa y risa, ver
la cara de sorpresa de mi papá, ya que él mismo le había dado unas clases sobre
las reglas del beisbol, ahí es cuando decimos: El alumno supero al maestro.
Desde ese momento mis hermanos estuvieron en diferentes escuelas de beisbol y
con el orgullo de representar a Venezuela en Aruba.
Hace un tiempito ya, mi mamá para
ayudar a mi papá en los gastos de la casa, ella se puso a cuidar niños, de los
hijos de las vecinas que trabajaban y no tenía quién se los cuidara, eran
cuatro niños, nosotros estábamos de liceo. Estudiábamos en la mañana y en las
tardes ayudábamos a mi mamá con el cuido de los niños.
En
la mañana ella no salía al abasto porque tenía a los niños, esperaba que
nosotros estuviéramos en la tarde, para ella poder salir a comprar algunas
provisiones para el día siguiente, como los niños estaban acostumbrados a mi
mamá, apenas sabían que mi mamá se calzaba los zapatos, comenzaban a
preguntarle: -¿Pa' dónde vas señora Teolinda?- y ella respondía -¡Pa vieja!- y
salía apuradita para que los niños no llorarán y no les fueran a impedir la
salida.
Un
día de esas tardes, mi mamá ya se estaba preparando para irse a comprar cuando
uno de los niños llamado José, le dice -¿señora Teolinda pa donde vas, no, no
me digas, tú vas pa vieja, verdad?- Jajaja eso fue risa y risa para mí. Hoy
después de 30 años, recuerdo esa escena con mucho cariño y a ese niño hoy que
es todo hombre.
De mi papá, tengo muchos cuentos, él era una persona con
unas ocurrencias de esas que te marcan y que te dejan una huella muy profunda.
Recuerdo, “su grito de guerra”, cuando me gradué de
bachiller, estando en ese acto tan solemne y en silencio, ya que es un evento tan especial, que cuando apenas me
llamaron para recibir el titulo, se puso de pie y en medio de los presentes, ha gritado, -¡once años!. Y con
la señal de victoria, el brazo derecho hacia arriba con el puño de la mano
apretada. Los asistentes voltearon a ver mi papá, mi mamá lo tiraba de la
camisa y le decía entre dientes, -¡siéntese, Isaías!-. Y él de pie entre el
público, con una sonrisa plasmada en su cara y sus ojos que brillaban de
alegría. Ese día no entendía, porque lo hacía, yo quería que en ese momento la
tierra se abriera y me tragara, porque hasta vergüenza sentí. Hoy luego de 27 años, comprendo su
actitud, era lo orgulloso que él estaba de mí, desde entonces me acompañó a todos
mis actos de graduación en la universidad; como T.S.U., luego de Ingeniero y ahora que voy
a recibir el de Magister, no estará presente físicamente, pero lo veré, parado
y gritando desde su asiento -¡estoy orgulloso de ti, hijaaaa!-.
Me hubiera encantado tenerlo más tiempo a mi lado pero
Dios quiso llevárselo a su lado, en los días que vivió conmigo me enseño que
siempre podía confiar en él, pero a su manera, en silencio, con su presencia,
gracias, gracias, gracias, papá.
Algunas lágrimas caen por mi rostro al recordarlo, porque fue un papá extraordinario, excepcional. Me hace
mucha falta, que cuando tengo problemas pienso en él y de alguna manera me
siento mejor, gracias papá, donde
quieras que estés, ¡bendición!
Que feliz estoy por el padre que fue y que nunca me
abandonará.
LA LLEGADA DEL NIÑO
JESUS
Cuando pequeña al llegar el mes de diciembre, mi casa se
vestía de colores, se pintaba la casa y todo lucia ordenado, se escuchaban
gaitas y parrandas, humildemente se
compraban los estrenos, (la pinta del 24 y la del 31), mi madre hacia las
hallacas y religiosamente se hacia la cena de navidad, una tradición que
tratamos de mantener, en mi casa no había arbolito de navidad, pero en el
ambiente existía una magia, que era la llegada del niño Jesús, se espera con
ansias el día 25 de diciembre para revisar debajo de la cama y encontrar: Un Bebe
Querido, un view máster, una linda muñeca de trapo, o una maquinita de coser,
eran los regalos del Niño Jesús, todo era alegría, porque alguien espiritual
sabia como nos habíamos portado durante todo el año y asi recibir esos regalos,
ver a mis hermanos con patinetas, carritos o la pista de carros, era todo un
atractivo y mucho más, era ver a mi padre sudando y tratando de armar la pista
de carros de ellos. Recuerdo que le pregunte a mi padre, quien era el Niño
Jesús, ese niño que hacía que todo fuera alegre y él me señalo un Pesebre,
desde ese momento comencé a realizarlos, para plasmar ese ser espiritual que
llegaba todos los diciembre a mi casa, empecé con algo pequeñito; unas piedras,
que representaban a la virgen María, San José y al niño Jesús, de eso hace mucho tiempo y hoy en
día los hago hasta de reciclaje, y en cada pesebre que hago, esta la magia de
querer ser niña otra vez.